El liberalismo de izquierdas ¿la nueva socialdemocracia?

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El liberalismo de izquierdas ¿la nueva socialdemocracia? 1

Admitamos la economía de mercado mas no la sociedad de mercado. No obstante, ¿lo uno no implica lo otro?

Una sociedad de mercado sería una sociedad donde todo se puede vender, y esto es inadmisible. Por definición, el mercado solo vale por su mercadería, es decir, con lo que se vende y se adquiere. Si se considera que todo se puede vender, que todo se puede adquirir, se es ultraliberal.

El mercado, para funcionar adecuadamente, precisa tener un derecho económico, que no sea en sí una mercadería. Ahí es donde el ultraliberalismo llega a su límite. Si, al contrario, se piensa que no todo se puede vender, que hay cosas que no se compran (la vida, la salud, la dignidad, la libertad, la justicia), no se pueden dar al mercado pues no son ni deben ser mercadería.

Por poner un ejemplo, un pequeño enfermo al que podríamos sanar: no podríamos admitir que muera por el hecho de que sus progenitores no tienen los medios para abonar el médico o bien los fármacos.

Confiemos, entonces, al mercado todo cuanto puede venderse y, fundamental, al Estado todo cuanto no puede venderse. Que haya un mercado de fármacos no es problemático: se tiene mejores fármacos en una economía de mercado que en una economía estatizada. Mas a condición de que el Estado haga lo preciso a fin de que los más pobres puedan curarse. Es preciso inventar algo entre el fármaco (que es una mercadería) y la salud (que no lo es) para eludir la sumisión, en caso contrario ineludible, de la salud al mercado.

En Francia, en España, llamamos a esto Seguridad Social. Es pesada, compleja, precisa reformas, pero es uno de los progresos sociales más fabulosos de toda la historia de la humanidad.

El Estado debe moralizar el funcionamiento de la economía capitalista.

El capitalismo no se rige por la virtud o el desinterés. A la inversa, funciona por el interés personal y la codicia. Digámoslo en una palabra: el capitalismo se rige por el egoísmo. De ahí que funciona con tanta fuerza y se consolida fácilmente, pese a que es un camino sin retorno a la destrucción de la humanidad y del planeta. El egoísmo, frecuentemente dilatado al tamaño de la familia, es la primordial fuerza motriz del humano, y de ahí que que no es suficiente. El egoísmo es eficiente para crear riqueza, pero la riqueza jamás ha sido suficiente para hacer una civilización, ni tan siquiera una sociedad que fuera humanamente admisible. Se precisa algo más. Hacer del capitalismo algo intrínsecamente ético, intrínsecamente virtuoso, no es más que un sueño.

Pero sí podemos imponerle desde el exterior una cierta cantidad de límites no mercantiles y no comerciables. Solo los Estados son capaces de ello. Pero es fundamental que los políticos no sean “comprados” por los poderes económicos para actuar en favor de sus intereses. Solo dando el máximo poder al pueblo y quitándoselo a los políticos se garantiza una auténtica democracia, se combate la corrupción y es posible poner límites a las injusticias que genera el capitalismo.

En la práctica, se realiza desde hace más de ciento cincuenta años. Cuando derogamos la esclavitud moralizamos el capitalismo. Cuando prohibimos el trabajo infantil, cuando garantizamos las libertades sindicales, cuando creamos un impuesto a las ganancias progresivo, cuando instituimos la jubilación y la seguridad social, cuando sancionamos los abusos a las situaciones dominantes moralizamos el capitalismo. Y de siempre hemos visto como los sectores de las derechas se han opuesto a estas cosas. Nada quiere más el poderoso que imponer su fuerza en una selva sin obligaciones para él ni derechos para sus potenciales esclavos.

Todas estas conquistas sociales no llegan, como dicen algunos liberales, por el simple juego del mercado, ni por la vía de la ética, sino más bien por el derecho, y mediante la política y el Estado. Es una enorme lección que sería un fallo olvidar.

+ en: El socialiberalismo en reemplazo de la socialdemocracia como tercera vía | perfil

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