Capitulo 6. Ausencia en el Horizonte

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Capitulo 6. Ausencia en el Horizonte

Las tardes en Xerxes eran una mezcla surrealista de tonos anaranjados y violetas, con destellos rojizos que aparecían y desaparecían en el firmamento. El paisaje, aunque extraño y alienígena, tenía su propia belleza serena que Aidan había llegado a apreciar con el tiempo. Esa tarde, Aidan había elegido un promontorio cercano a la pequeña base de aterrizaje desde donde podía tener una vista perfecta de la llegada de Elara.

Llevaba ya más de una hora esperando. Con cada minuto que pasaba, la ansiedad crecía en su pecho. Era raro que Elara se retrasara sin avisar. La tecnología les permitía mantenerse en contacto incluso a distancias interplanetarias, pero ese día, el silencio era su única respuesta.

Aidan se frotó los ojos, cansados de escrutar el vasto espacio en busca de algún indicio de la pequeña nave de Elara. Volvió a comprobar su comunicador por enésima vez, pero seguía sin recibir ningún mensaje de ella. La soledad, un sentimiento con el que estaba demasiado familiarizado, comenzó a acecharle nuevamente.

Las sombras se alargaban y el crepúsculo se cernía sobre el paisaje. A pesar del frío, Aidan decidió esperar un poco más, alimentando la esperanza de que quizás hubo un retraso o alguna complicación menor. Sin embargo, cuando la oscuridad se apoderó completamente del horizonte y las primeras estrellas comenzaron a brillar, tuvo que aceptar la cruda realidad: Elara no vendría esa noche.

Con el corazón pesado y la mente llena de preocupaciones, regresó a su refugio. Todo lo que había descubierto en los documentos regresó a su mente, sumiéndole en un mar de paranoias y teorías. ¿Y si Elara había sido descubierta? ¿Qué si aquellos poderosos detrás del maquiavélico plan se habían enterado de sus encuentros y de lo que había descubierto?

Pero otra parte de él, la que había aprendido a amar y confiar en Elara, se resistía a creer que algo malo le hubiera pasado. Quizás había alguna explicación lógica, quizás solo era un contratiempo temporal.

A pesar de todo, esa noche Aidan apenas pudo dormir. Se revolvía en su cama, atormentado por la incertidumbre y el miedo. Cada sonido le ponía en alerta, esperando que en cualquier momento, la puerta se abriera y Elara entrara con su sonrisa radiante, riéndose de sus preocupaciones.

Pero el amanecer llegó, y con él, la realidad de que algo estaba terriblemente mal.

Búsqueda entre estrellas

Con el tiempo, las instalaciones que una vez le dieron refugio y comodidad comenzaron a parecerle una prisión. Los días se fusionaron en una monotonía perpetua, donde la única diferencia entre ellos era la profundidad creciente de la desesperación de Aidan.

Paseaba por el planeta, visitando los rincones que una vez compartieron, como si esperara que en uno de esos lugares encontrara una pista, un rastro, cualquier señal de Elara. Incluso regresó a la compuerta subterránea, pensando que tal vez había algo más allí que pudiera ayudarle. Pero la sala de máquinas seguía siendo un enigma.

Cada noche, lanzaba mensajes al espacio, esperando alguna respuesta, algún indicio de que Elara estaba bien. Pero siempre era recibido por el mismo silencio ensordecedor del vacío.

Una tarde, mientras caminaba por el borde de uno de los muchos cañones de Xerxes, se detuvo para mirar al espacio. Las estrellas brillaban con una intensidad que nunca había notado antes, cada una de ellas un mundo distante y misterioso. Fue en ese momento que una idea comenzó a formarse en su mente: si Elara no regresaba, él iría en su búsqueda.

Aidan se dedicó a su nuevo propósito con una determinación feroz. Comenzó por revisar y restaurar una de las naves que habían quedado abandonadas después del accidente. La tecnología estaba más allá de su comprensión inicial, pero con el tiempo, y con la ayuda de los registros y manuales que encontró, comenzó a entender lo básico.

Meses pasaron mientras reconstruía la nave, reparando sus sistemas y preparándola para un viaje espacial. Cada tornillo que ajustaba, cada cable que conectaba estaba imbuido de su esperanza y deseo de reunirse con Elara.

Finalmente, el día llegó. La nave, aunque un poco peor por el desgaste, estaba lista para despegar. Aidan se detuvo un momento antes de abordar, mirando hacia atrás al planeta que había sido su hogar y prisión durante tantos años. No sabía qué le esperaba allá afuera, pero estaba listo para enfrentarlo.

Con un rugido, los motores cobraron vida y la nave se elevó, dejando atrás a Xerxes y adentrándose en la inmensidad del espacio. Aidan no sabía hacia dónde se dirigía exactamente, pero su corazón le decía que, de alguna manera, encontraría a Elara. Porque la conexión que compartían no podía ser rota, ni por la distancia ni por las conspiraciones de poderosos.

Mientras la nave se alejaba, en la pantalla de navegación, un punto parpadeaba con insistencia: un mensaje, una señal. Alguien, en algún lugar del espacio, estaba intentando comunicarse con él. Y Aidan, con esperanza renovada, ajustó su curso para seguir esa señal, con la esperanza de que lo llevara de regreso a su amor perdido.

CONTINÚA: El pulso de Aidan se aceleró mientras observaba la pantalla de navegación. El mensaje se repetía sin cesar: «Estoy sola. ¿Hay alguien ahí?» La señal provenía de un pequeño punto en el mapa estelar, un minúsculo planeta en el vasto océano del espacio.

Inmediatamente, redirigió la nave hacia las coordenadas de la señal. A medida que se acercaba, el mensaje se volvía más claro, como si estuviera sintonizando una radio. «Estoy sola. ¿Hay alguien ahí?»

Durante horas que parecieron eternas, Aidan voló a través del vacío oscuro, siguiendo la señal que se fortalecía gradualmente. Finalmente, llegó al origen: un pequeño planeta, casi del tamaño de Xerxes, que se encontraba en una órbita tranquila alrededor de una estrella enana. Su paisaje estaba lleno de mesetas y valles que parecían desiertos lunares.

Con una mezcla de ansiedad y anticipación, aterrizó su nave en la superficie del planeta. El mensaje había cesado, pero sabía que este era el lugar.

Tomó una mochila con suministros y salió del vehículo. El paisaje era tan estéril como bello, un mar de silencio que sólo era interrumpido por el sonido de sus propios pasos.

Caminó por lo que parecieron horas, impulsado por una sensación de urgencia que no podía explicar. Finalmente, llegó a un valle donde un pequeño vehículo yacía estacionado. Era similar a las naves de emergencia que había visto en los manuales de la expedición.

Se acercó cautelosamente, el corazón latiéndole en el pecho. Y allí la vio: una figura femenina, vestida con un traje espacial similar al suyo, estaba agachada junto al vehículo, aparentemente revisando algo.

Al oír sus pasos, la figura se levantó y se quitó el casco. Fue entonces cuando Aidan vio su rostro y, en ese momento, todo lo demás dejó de importar.

Era Elara.

Sus ojos se encontraron, y las palabras se volvieron innecesarias. Aidan corrió hacia ella y la abrazó como si nunca pudiera dejarla ir. Las lágrimas de felicidad rodaron por sus mejillas mientras se sostenían el uno al otro, cada uno confirmado por la presencia real y tangible del otro.

— «Te encontré», murmuró Aidan, como si aún no pudiera creerlo.

— «Y yo a ti», respondió Elara, sus ojos brillando con una mezcla de lágrimas y estrellas. «Siempre supe que lo harías».

Mientras se abrazaban bajo el cielo estrellado de un mundo desconocido, Aidan supo que, sin importar las conspiraciones, los secretos y las mentiras que pudieran rodearlos, el amor que compartían era su verdad más inquebrantable.

Y en ese momento, con Elara a su lado, Aidan se sintió, por primera vez en mucho tiempo, genuinamente en casa.

Estaban sentados en el suelo rocoso del pequeño planeta, sus espaldas apoyadas contra la nave de Elara. Habían pasado horas charlando, riendo y simplemente disfrutando de la presencia del otro después de tanto tiempo de separación. Aidan había preparado una especie de picnic improvisado con algunos suministros que tenía en su nave, y el ambiente era cálido y familiar, casi como una burbuja aislada del universo exterior.

Pero a medida que avanzaba la conversación, Aidan comenzó a notar pequeños detalles que lo inquietaban. Algunas de las historias que Elara compartía parecían carecer de detalles, como si fueran memorias incompletas o fragmentadas. Incluso parecía haber olvidado algunos de los momentos más íntimos que habían compartido en Xerxes.

— ¿Recuerdas la primera vez que hicimos ese experimento de bioluminiscencia? — preguntó Aidan, reviviendo el recuerdo de una noche mágica cuando habían liberado organismos bioluminiscentes en el pequeño lago del hábitat. La superficie del agua se había iluminado como un cielo estrellado, y habían nadado en él, rodeados por constelaciones flotantes.

Elara frunció el ceño, como tratando de encontrar el recuerdo.

— Vagamente, — respondió finalmente, su voz un poco incierta.

Aidan sintió un nudo en su estómago. Aquella noche había sido mágica, uno de los momentos más íntimos y memorables de su tiempo juntos. ¿Cómo podía no recordarla?

— ¿Y nuestra caminata a la cresta del acantilado en el sector oeste, donde encontramos aquel extraño fósil? — continuó Aidan, su voz comenzando a delatar un tono de preocupación.

— Lo siento, Aidan. Hay cosas que parecen borrosas en mi mente. Ha sido un tiempo muy confuso desde que desaparecí, — respondió Elara, esquivando su mirada.

Aidan la estudió detenidamente, un sentimiento de inquietud creciendo dentro de él. Su rostro era el mismo, sus ojos eran los mismos, pero algo en su esencia parecía ligeramente desplazado.

— ¿Qué pasó, Elara? ¿Por qué desapareciste? ¿Y cómo llegaste a este planeta?

Elara suspiró, pareciendo finalmente reconocer la gravedad de sus preguntas.

— No puedo explicarlo todo ahora, pero quiero que sepas que hay cosas que se están moviendo, cosas más grandes que nosotros, que no comprendemos completamente. Y lo más importante, — agregó, capturando su mirada con intensidad, — es que debes seguir confiando en mí, ¿de acuerdo?

El corazón de Aidan estaba dividido. Una parte de él quería abrazarla y olvidar todas sus dudas y preocupaciones. Pero otra parte, una que había estado al borde de la paranoia en los últimos tiempos, gritaba en su interior que algo no estaba bien. Algo estaba terriblemente mal.

— Te amo, Elara, y quiero confiar en ti. Pero necesito saber la verdad, toda la verdad, — insistió Aidan.

Ella asintió lentamente, su expresión llenándose de una compleja mezcla de emociones.

— Lo sé, y te la diré, pero no aquí, no ahora. — Hizo una pausa, como sopesando sus siguientes palabras. — Algo grande está a punto de suceder, algo que cambiará todo para siempre. Y cuando llegue ese momento, necesitaré que estés a mi lado.

Aidan asintió, aunque cada fibra de su ser estaba llena de preguntas sin respuesta. Pero una cosa era segura: a pesar de todo lo que había sucedido, a pesar de todas las incertidumbres y dudas que lo acosaban, seguía enamorado de Elara, con una intensidad que consumía todo lo demás.

Y en ese momento, tomó una decisión, una que esperaba no lamentar en el futuro.

— Estaré a tu lado, Elara. Pase lo que pase.

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