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El arte retro futurista de Fantastic Four sorprende con Nueva York imaginada ¿Cómo se verían los coches vintage si flotaran en el futuro?
Estamos en un tiempo indeterminado, caminando por un Nueva York que no es el que conocemos, sino una versión retorcida y fascinante que juega con nuestra memoria colectiva. El retro futurista de Fantastic Four no es solo un ejercicio de estilo: es un viaje mental que nos sacude y nos obliga a mirar la ciudad como si hubiera tomado un desvío en su historia. De pronto, la línea del tiempo se fractura en los años cincuenta, cuando Reed Richards decide regalar al mundo una energía barata y limpia que lo cambia todo. El resultado es un Manhattan híbrido, un mosaico de acero y neón montado sobre los viejos ladrillos de siempre.
«Nada envejece tan rápido como el futuro de ayer.»
Phil Saunders, artista de conceptos que lleva en su espalda algunas de las franquicias más grandes del cine, confiesa que su paso por Fantastic Four fue breve, casi fugaz, pero intenso. No le tocó diseñar trajes ni villanos, sino algo más sutil y a la vez más poderoso: imaginar cómo habría cambiado la ciudad si aquel punto de quiebre en la historia hubiera ocurrido. El reto no era menor. Nueva York, con sus rascacielos, su ruido y su caos, ya es en sí misma una criatura gigantesca y testaruda. Alterarla sin borrarla era como domar a un toro: había que respetar su bravura, pero vestirlo con un brillo distinto.
Nueva York disfrazada de futuro
Lo interesante es que el encargo no consistía en inventar desde cero una urbe salida de una novela pulp, sino en superponer el futuro sobre lo familiar. Era como si los viejos edificios de ladrillo rojo hubieran aceptado injertos de titanio, cúpulas translúcidas y antenas imposibles. La ciudad de siempre seguía ahí, pero con prótesis. Saunders lo describe como una cirugía estética a gran escala, donde el quirófano es la imaginación y el paciente, la ciudad más famosa del planeta.
El truco estaba en el contraste. No se trataba de demoler, sino de retrofitar. El Empire State seguía siendo el Empire State, pero con añadidos que parecían salidos de una feria tecnológica de los años cincuenta. La paradoja era deliciosa: lo retro y lo futurista besándose en plena Quinta Avenida.
Coches que ruedan sobre esferas
Pero lo más provocador, quizá, fueron los vehículos. Saunders confiesa que quería algo radicalmente diferente, algo que no pareciera un Tesla con otro disfraz. Su idea fue crear coches estabilizados giroscópicamente sobre una única esfera de tracción. Una esfera todopoderosa que permitía al automóvil moverse en cualquier dirección sin girar ruedas convencionales. Como un ratón de ordenador llevado a escala urbana, o como esos juguetes que desafían la gravedad con un simple gesto.
Y, por si fuera poco, aquella esfera se retraía cuando el coche decidía despegar del suelo. Sí, despegar. Porque en este Nueva York paralelo, los atascos no existen: basta con elevarse unos metros y dejar atrás la congestión. Es la materialización de un sueño que todos hemos tenido atrapados en un embotellamiento.
«Un atasco es solo un fracaso de la imaginación.»
De algún modo, estos autos eran un símbolo de lo que pretendía toda la estética del proyecto: no borrar lo viejo, sino añadirle posibilidades insospechadas. El taxi amarillo de siempre, pero capaz de moverse como un colibrí y de flotar sobre la ciudad. Una metáfora perfecta de lo que habría pasado si la tecnología no se hubiera frenado en la burocracia y el miedo.
El arte de anticipar
Saunders reconoce que muy pocas de sus imágenes fueron aprobadas para salir a la luz antes de la publicación del libro The Art of The Fantastic Four. El misterio se mantiene intacto, como si Marvel quisiera dosificar la revelación. En la pieza que compartió, vemos a La Cosa, con barba y gesto solemne, caminando hacia el templo junto a Johnny Storm. Dos figuras míticas de los cómics paseando tranquilamente por ese escenario urbano imposible. La mezcla de lo cotidiano con lo extraordinario: ahí está la magia.
Y es que no se trataba solo de decorados. El arte conceptual tiene esa cualidad de sembrar preguntas más que respuestas. ¿Qué hace que una ciudad siga siendo la misma aunque le cambien la piel? ¿Cómo se siente caminar por calles que parecen conocidas pero esconden otra lógica? Saunders, en apenas unas pinceladas, nos invita a dudar de nuestra memoria urbana.
El eco cultural de un futuro retro
Lo que más me fascina de este tipo de trabajos es cómo dialogan con la cultura popular. Porque, seamos sinceros, Fantastic Four no es una saga cualquiera: es la puerta de entrada de Marvel al imaginario moderno. Y verlos paseando por un Nueva York transformado es casi un guiño a las utopías de mediados del siglo XX, aquellas que prometían ciudades flotantes, coches voladores y energía infinita.
En esas visiones, el futuro siempre estaba a la vuelta de la esquina, limpio, ordenado y brillante. La ironía es que la realidad nunca llegó a tanto. Pero aquí, en las manos de Saunders, podemos jugar otra vez con esa ingenuidad, como niños que hojean una revista de ciencia popular en los cincuenta y creen que en veinte años todos llevarán trajes plateados.
El libro como promesa
La expectativa crece en torno a la publicación de The Art of The Fantastic Four. El libro no será solo un compendio de bocetos y renders: será un testimonio de cómo la imaginación se convierte en un plano arquitectónico, en un plano de ingeniería y en un espejo cultural. Cada página será un recordatorio de que el cine de superhéroes no nace en los rodajes, sino mucho antes, en los cuadernos de artistas que se preguntan cómo podría ser un futuro alternativo.
El enigma pendiente
Me pregunto qué otras imágenes guardará Saunders en sus carpetas secretas. Si apenas con un par de ilustraciones consigue ponernos a debatir sobre el tráfico aéreo de Manhattan o la estética de los rascacielos con antenas retro, ¿qué pasará cuando veamos el resto? ¿Habrá barrios enteros reimaginados? ¿Parques con esculturas energéticas? ¿O acaso un Central Park convertido en jardín mecánico?
«La ciudad que imaginas dice más de ti que la ciudad en la que vives.»
El retro futurista de Fantastic Four no es solo un capricho estético: es un recordatorio de lo maleable que es la realidad en manos del arte. Y quizás la pregunta final no sea cómo habría sido Nueva York si Reed Richards nos hubiera regalado energía libre, sino cómo sería nuestra propia ciudad si dejáramos de tenerle miedo al futuro.
¿Y tú? ¿Aceptarías vivir en un lugar donde tu coche rueda sobre una esfera mágica y tus calles cambian de piel como un camaleón, o preferirías seguir atrapado en la versión más gris y congestionada de la ciudad?