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Lazarus, el anime que desafía a la muerte
Shinichiro Watanabe y MAPPA se adentran en un futuro donde la cura es también condena
Estamos en abril de 2025, en Japón, y Lazarus se prepara para irrumpir en la televisión como si fuera una bomba de relojería disfrazada de anime. El nuevo proyecto de Shinichiro Watanabe —sí, el mismo cerebro detrás de Cowboy Bebop y Samurai Champloo— llega de la mano del estudio MAPPA, experto en series que levantan pasiones y polémicas por igual. La historia gira en torno a un fármaco milagroso que promete acabar con las enfermedades, pero que oculta un precio siniestro: la muerte diferida. Es la clase de premisa que suena a esperanza y termina en sentencia, y no hay mejor guía para este viaje que Watanabe, que nunca contó historias de manual, sino odiseas donde la belleza convive con la tragedia.
Lo curioso es cómo Lazarus ya empieza a dibujar su propia leyenda incluso antes del estreno. Un teaser visual con tonos azules ha dejado clara la estética futurista y sombría. Los personajes parecen detenidos en medio de un escenario frío, casi clínico, como si el tiempo ya no corriera para ellos. Y ahí está la ironía: corren contra el tiempo más que nunca, porque la medicina que les salvó la vida se convierte en su verdugo.
Por qué Lazarus no es solo otro anime futurista
Entre un fármaco letal, acción coreografiada y música de otro mundo
La sinopsis parece sacada de una pesadilla diseñada en laboratorio. Año 2052. El mundo canta victoria gracias a Hapuna, un medicamento creado por el neurocientífico Dr. Skinner. Dolor eliminado, enfermedades borradas, prosperidad en bandeja de plata. Suena a utopía, ¿verdad? Hasta que el propio Skinner, tras desaparecer misteriosamente, reaparece para dar la bofetada: quienes han tomado Hapuna morirán tres años después. Lo que era un milagro se convierte en una cuenta atrás macabra. Y entonces aparece el grupo de élite Lazarus, con la misión imposible de atrapar al creador del desastre y encontrar una vacuna que salve a millones.
En medio de todo este caos, Watanabe no se conforma con el guion. Llama a Chad Stahelski, director de John Wick, para coreografiar la acción. Lo imagino sentado frente a un monitor, calculando la caída exacta de un cuerpo animado como si fuera Keanu Reeves en cámara lenta. La música tampoco se queda atrás: Kamasi Washington se encarga de la banda sonora, acompañado de Floating Points y Bonobo. Jazz, electrónica y experimentación al servicio de un anime distópico: un cóctel sonoro que no busca complacer, sino estremecer.
“La belleza de Lazarus no está en el futuro que plantea, sino en la pregunta que lanza: ¿de verdad querríamos curarnos de todo?”
El reparto japonés incluye a nombres de peso como Mamoru Miyano, Makoto Furukawa, Maaya Uchida, Yūma Uchida y Megumi Hayashibara. Voces capaces de dar forma a personajes que, a pesar de vivir en un mundo donde la enfermedad ya no existe, sienten en la nuca el aliento de la muerte.
Cuando la cura se convierte en condena
El legado de Shinichiro Watanabe como narrador de mundos imposibles
Watanabe nunca contó historias de héroes en blanco y negro. Lo suyo siempre fue el gris: el antihéroe que fuma más de lo que debería, la chica que canta para olvidar, el cazarrecompensas que se mueve entre la gloria y la ruina. En Space Dandy convirtió el absurdo en filosofía; en Carole & Tuesday mezcló música y ciencia ficción con una dulzura rara. Ahora, en Lazarus, vuelve a los dilemas que duelen: ¿qué significa vivir cuando sabes que tienes fecha de caducidad escrita en los huesos?
El equipo técnico no es menor: Akemi Hayashi diseña personajes que parecen salidos de un cruce entre cómic europeo y anime japonés; Stanislas Brunet aporta un diseño conceptual que recuerda a las ciudades imposibles de Blade Runner; y en el sonido está Lauren Stephens, encargada de que cada explosión, disparo y suspiro tengan el peso exacto de una tragedia inevitable. Todo está medido para que la serie no sea un simple pasatiempo, sino una experiencia que golpea tanto los ojos como los oídos.
«La inmortalidad nunca fue un regalo, siempre fue una condena.»
La elección de los temas musicales no es casualidad: Vortex como apertura, una espiral que arrastra desde el primer segundo, y Lazarus de The Boo Radleys como cierre, recordando que siempre hay un regreso, incluso de la tumba.
Lo que Lazarus revela de nuestra obsesión con la perfección
El anime expone un deseo humano eterno: no enfermar nunca
Aquí es donde la ficción se vuelve espejo. Porque Hapuna no es solo un invento del doctor Skinner: es el reflejo de nuestra búsqueda incansable por eliminar el dolor, los virus, el deterioro. ¿Qué pasaría si mañana alguien nos ofreciera esa cura universal? La tomaríamos sin pensar, como se toma un analgésico por costumbre. Y, sin embargo, la trampa está servida: lo que parece libertad termina siendo esclavitud.
Me gusta pensar que Lazarus no es simplemente un anime futurista, sino una advertencia envuelta en animación de lujo. La pregunta de fondo no es científica, es filosófica: ¿queremos vivir eternamente o queremos vivir de verdad? Y esa es una duda que ni siquiera Watanabe puede responder, aunque seguro nos lanza la pregunta con la crudeza de una bala bien disparada.
Johnny Zuri: “Lo que me inquieta no es la muerte, es que alguien me la programe con fecha y hora.”
Lo cierto es que abril de 2025 marcará el inicio de algo más que un estreno. Será el momento en que Watanabe vuelva a ocupar el lugar que siempre le perteneció: el del narrador que no teme a la incomodidad, que pone música jazz a la tragedia y que convierte una persecución en una coreografía hipnótica.
Y entonces, cuando veamos a Axel, Christine, Leland y compañía correr contra el reloj, quizá nos demos cuenta de que el fármaco Hapuna no es tan ficticio como creemos.
¿Será Lazarus recordado como la obra maestra que combine acción, filosofía y música en un mismo latido, o se perderá en la marea de estrenos de temporada? ¿Qué elegiríamos nosotros si tuviéramos en la mano una pastilla que promete todo y lo cobra al triple? Ahí queda la duda, flotando como un eco de saxofón en la penumbra.