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¿Puede el fauxcest ser más adictivo que el tabú real?
Fauxcest y deseo prohibido en la era del simulacro
El fauxcest es una de esas palabras que te hacen fruncir el ceño… o levantar una ceja con curiosidad. 🤨
Desde hace tiempo, el fauxcest ha dejado de ser un rincón turbio y oculto de la pornografía para convertirse en un fenómeno que salta de pestañas incógnitas a memes, debates éticos y análisis culturales. Lo que antes era un tabú casi innombrable hoy desfila por los pasillos virtuales de plataformas gigantes como si nada, disfrazado de comedia familiar muy subidita de tono. Pero también —y aquí está lo jugoso— ha provocado un cortocircuito entre el deseo, la ficción y lo que consideramos «normal». Porque si algo caracteriza a nuestra época es esa obsesión por jugar con el fuego sin quemarnos… o al menos sin dejar marca.
El juego de la sangre que no arde
No hay consanguinidad, no hay delito, no hay traumas reales. Solo dos actores (o tres, o cuatro) que se meten en la piel de hermanos, padrastros, madrastras, hijastros o primas lejanas con una tensión sexual que ni en Cumbres Borrascosas. Ahí está la clave del fauxcest: no es incesto, pero lo parece. Y eso, para muchos, es precisamente lo que lo vuelve tan irresistible. Como mirar al abismo desde la barandilla del balcón: sabes que no vas a saltar, pero algo en ti quiere asomarse un poco más.
Lo curioso no es solo que este género exista —la humanidad lleva siglos fantaseando con lo prohibido— sino que esté tan de moda. ¿Qué nos dice eso sobre el estado de nuestro deseo colectivo? ¿Qué mecanismos están en juego cuando miles de personas buscan, a diario, ver representaciones de lo que supuestamente condenan? Tal vez el fauxcest no sea más que un espejo sucio, pero honesto, del tipo de tensiones que nos habitan. O quizá sea, simplemente, un negocio muy bien montado.
“No es real, pero lo parece… y eso basta para encender el morbo”
De Aristóteles a VICE: el eterno morbo del tabú
Hace siglos, Aristóteles advertía que la catarsis —esa purga emocional que produce el arte— no siempre se logra con historias heroicas. A veces se consigue con tragedias oscuras, con personajes que cruzan líneas impensables. Y el incesto ha sido, desde Edipo, uno de esos bordes afilados. Lo que ha cambiado hoy es el formato. Ya no hace falta subir a un escenario griego ni escribir una tragedia de tres actos: basta con un vídeo en HD, dos actores con cierto parecido facial y un guion que empiece con un “stepbro, what are you doing?”.
VICE se ha sumergido en esta tendencia más de una vez, rascando en sus raíces culturales, psicológicas y comerciales. No es que el medio apruebe o condene —esa no es su función—, pero sí deja claro que no estamos ante una moda pasajera. El fauxcest se ha instalado como una categoría establecida, buscada, normalizada… y hasta autoparodiada. Como si supiéramos que es una broma, pero aún así necesitáramos contarla.
Pero también hay otra cara. Y no es precisamente cómica.
El cuerpo que actúa, el espectador que cree
Aunque el fauxcest no implique una relación real de parentesco entre quienes lo interpretan, sus efectos en quienes lo consumen no son del todo ficticios. Porque lo que vemos, aunque sepamos que es una simulación, afecta. Atrae, perturba, normaliza o refuerza ciertas ideas. ¿Hasta qué punto distinguir entre lo real y lo simulado basta para evitar consecuencias?
Una parte de la crítica apunta a la forma en que este contenido puede moldear la percepción de los vínculos familiares. No es que la gente salga corriendo a seducir a su hermanastro tras ver un vídeo, pero sí se instala una ambigüedad incómoda: el hogar, ese espacio supuestamente seguro, se vuelve escenario del deseo. Y eso puede ser inquietante. O puede ser solo una fantasía más entre tantas. ¿Dónde está el límite?
“El deseo no tiene lógica, pero la ficción sí tiene consecuencias”
Urban Dictionary, siempre al día con el pulso de lo popular, define el fauxcest con la misma naturalidad con la que explica qué es un “thirst trap” o un “simp”. Lo que antes era impensable ahora es definible. Y lo que era tabú hoy tiene categoría, subtítulo y trending hashtag.
Entre la vergüenza y el click
Consumir fauxcest es, para muchos, una experiencia cargada de contradicciones. Lo buscan, lo disfrutan, pero no lo cuentan. Como un placer culposo, como comerse una tarta entera a escondidas. Algunos lo justifican como curiosidad, otros como simple efecto del algoritmo, que insiste una y otra vez en ofrecer lo que supuestamente uno quiere, aunque uno jure que no lo pidió.
Pero también cabe preguntarse: ¿realmente no lo pediste?
El algoritmo no crea el deseo, lo recoge. Y si las plataformas están inundadas de este tipo de contenido, es porque alguien lo está consumiendo. En masa. A diario. Con fruición. Así que más que echarle la culpa al sistema, habría que mirar hacia dentro. Tal vez el fauxcest solo sea una excusa elegante para asomarse, sin consecuencias legales ni morales, al lado oscuro del deseo.
“No queremos lo prohibido. Queremos que parezca prohibido”
¿Y si el problema no es el contenido, sino el contexto?
Tal vez lo más perturbador del fauxcest no es lo que muestra, sino lo que delata: una sociedad que juega a la transgresión sin pagar el precio de transgredir. Que coquetea con el escándalo sin asumirlo. Que erotiza el hogar, la familia, lo íntimo, como si ya no quedaran más límites que explorar. Pero también una sociedad donde el deseo necesita envoltorios cada vez más retorcidos para seguir siendo excitante.
Al final, el fauxcest es solo un síntoma. No es más grave que otros géneros, pero sí más transparente en lo que revela. No sobre el incesto, sino sobre la manera en que convertimos cualquier cosa —por sagrada que parezca— en carne de entretenimiento.
Y en ese espejo, todos tenemos algo que mirar.
“El morbo es más fuerte cuando se disfraza de inocencia” (sabiduría popular)
“Si no hay pecado, no hay placer” (antiguo refrán francés)
El fauxcest pone a prueba los límites del deseo moderno
Lo prohibido no atrae por lo que es, sino por cómo se muestra
¿Estamos tan saturados de estímulos que solo lo artificialmente tabú nos provoca? ¿O estamos más cerca de entender que el deseo no necesita justificarse, pero sí observarse con honestidad?
Tal vez el fauxcest no sea el fin de la moralidad, sino el principio de una conversación incómoda pero necesaria. O quizá sea solo una moda más, hasta que llegue la siguiente perversión en alta definición.
Quién sabe. Lo único claro es que la familia, al menos en el porno, ya no es lo que era.
TE CUENTO MÁS EN MI BLOG DE COSAS ALTERNATIVAS: FAUXCEST: EL INCESTO DE TODA LA VIDA… – ALTERNATIVAS NEWS
[…] a la idea de que «la familia debe continuar junta». Es una orgía familiar. Para el profano del porno incestuoso, esto puede sonar muy fuerte, pero no es lo más difícil de asimilar que se ha hecho en esto del […]