¿Por qué el SEXO sigue siendo tabú mientras la violencia se aplaude?

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¿Por qué el SEXO sigue siendo tabú mientras la violencia se aplaude? El SEXO es pecado pero la violencia es espectáculo

El SEXO es tabú pero la violencia tiene licencia. Lo escuché por primera vez en una charla improvisada, una noche cualquiera, con un grupo de amigos que solían mezclar cervezas con confesiones. Lo dijo uno de ellos, periodista curtido en medios donde las palabras se pesan más que los silencios, y la frase me quedó dando vueltas, como un eco incómodo entre las costillas. Porque tenía razón. ¿Por qué el SEXO sigue siendo motivo de censura, pudor o escándalo, mientras que la violencia —con toda su crudeza— aparece en pantalla como si fuera parte de un menú infantil?

Recuerdo que esa misma semana, abrí una noticia que ilustraba la contradicción con una precisión quirúrgica. El titular era provocador y certero: El sexo es tabú pero la violencia tiene licencia. Me atrapó como un anzuelo invisible. Leí el artículo con la sensación de estar viendo a un domador enfrentarse a una bestia que todos fingimos no ver. No se andaba con rodeos. Hablaba de cómo el sexo aún nos escandaliza, nos sonroja, nos silencia, mientras que la violencia ha sido convertida en espectáculo de masas, aplaudido y compartido sin pudor alguno.

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Origen: El Sexo Es Tabú Pero La Violencia Tiene Licencia – RED +

«El sexo escandaliza, la violencia vende»

Esa frase, tan cínica como real, salió de la boca de otro periodista durante una tertulia en la que me colé hace tiempo. Estaban comentando la edición de un informativo. Me quedé helado cuando uno de ellos contó que era impensable mostrar un pecho femenino en horario prime time, pero una imagen de un atentado con cuerpos destrozados pasaba sin discusión. Es más, si había sangre, mejor. “Da morbo”, dijeron. Como si el dolor ajeno fuera un condimento para el aburrimiento.

Esta doble vara de medir viene de lejos. La historia está salpicada de ejemplos. En la antigua Roma, los ciudadanos acudían al Coliseo a ver cómo se mataban entre ellos los gladiadores, celebrando la sangre con pan y vino. Sin embargo, los gestos eróticos eran motivo de escándalo. En la Edad Media, se organizaban ejecuciones públicas para “educar” al pueblo, pero un cuadro con una pareja abrazada podía costarte la hoguera. Y aquí estamos, siglos después, aún peleando con las mismas hipocresías.

La sexualidad se esconde, pero la violencia se promociona

En las casas, hablar de sexo sigue siendo más difícil que hablar de impuestos. A los niños se les enseña a tener miedo del cuerpo en lugar de aprender a conocerlo. Se evita decir pene o vulva, como si nombrarlos los invocara. Muchos adolescentes se inician en la sexualidad a través de lo único que tienen a mano: el porno en internet. Y no cualquier porno, sino ese mainstream, hiperagresivo, que reduce el sexo a una coreografía violenta sin emoción ni ternura.

«La educación sexual sigue siendo un tema difícil de abordar en España»

Por suerte, hay libros que se atreven a cruzar esa frontera, y lo hacen con humor, con respeto, con valentía. En el artículo que leí, se mencionaban algunos que deberían estar en cada casa, en cada escuela. Cuentos como Con sentimiento, pensados para niños pequeños, que explican cómo identificar abusos sin generar miedo. Ensayos como La virginidad no existe. ¿O sí?, que desarman mitos con la misma precisión con la que se desmonta un reloj antiguo. Y títulos como Eso no es sexo o ¿Hablamos de porno?, que dan voz a lo que los adultos aún no saben decir. No es solo literatura, es una forma de reparar el daño de generaciones de silencios.

Pero también, como explicaba ese mismo texto, la violencia ha ganado un lugar privilegiado en nuestra dieta audiovisual. Películas, series, videojuegos, informativos… todo huele a pólvora. Nos hemos acostumbrado tanto a ver disparos y golpes, que ya ni pestañeamos. Es más, cuando no hay acción sangrienta, cambiamos de canal. “Muy lento”, decimos. Como si el mundo necesitara explotar para captar nuestra atención.

El espectáculo del dolor ajeno

He visto padres taparle los ojos a sus hijos ante una escena de amor, pero no mover un dedo cuando la pantalla se llenaba de tiroteos. He escuchado a profesores esquivar una conversación sobre consentimiento mientras explicaban con detalle los crímenes de guerra. Y lo peor es que ya no nos choca. Es como si la violencia nos diera una excusa para no pensar, para no mirar hacia dentro.

«La violencia se ha convertido en un espectáculo»

Y eso tiene consecuencias. Una sociedad que censura el placer pero permite la brutalidad es una sociedad enferma. Criamos generaciones con miedo al amor y adicción a la agresión. Se educa más en la defensa que en el deseo, más en la sospecha que en la confianza. Y así nos va: frustración sexual por un lado, insensibilidad emocional por el otro.

¿Sexo natural? Solo si no se ve

Mientras tanto, el sexo sigue oculto, reducido a susurros, a dobles sentidos, a culpa. Hay quienes prefieren que sus hijos aprendan en TikTok a que hagan preguntas en casa. Porque “es incómodo”, dicen. Como si la incomodidad justificara la ignorancia. Pero también, y esto lo sabemos todos, cuando el conocimiento no se da, se busca. Y lo que se encuentra no siempre enseña, muchas veces deforma.

«Es hora de cambiar el enfoque y mostrar la sexualidad como algo natural y positivo»

Es urgente que los medios dejen de censurar los cuerpos y empiecen a censurar las armas. Que la televisión entienda que una escena de amor no es más peligrosa que una escena de guerra. Que las plataformas de streaming se atrevan a mostrar ternura sin disparos. Que los algoritmos no premien solo lo violento y lo morboso, sino también lo humano.

La semilla está en el lenguaje

Todo empieza en cómo hablamos. En lo que decimos, pero sobre todo en lo que callamos. Si no decimos “placer” con la misma naturalidad con la que decimos “muerte”, estamos fallando. Si enseñamos a tener miedo del cuerpo en vez de amor por él, creamos adultos que buscan fuera lo que deberían haber encontrado dentro.

«Hablemos de sexo sin miedo, denunciemos la violencia sin descanso»

Educar no es dar datos. Es dar permiso. Permiso para preguntar, para explorar, para sentir. Y también para decir “no”, para poner límites, para exigir respeto. La educación sexual no se trata solo de genitales. Se trata de emociones, de decisiones, de humanidad.

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

Entonces, ¿por qué seguimos callando? ¿Por qué permitimos que nuestros hijos vean cómo alguien es apuñalado en pantalla antes de que aprendan a besar? ¿Por qué seguimos jugando a la doble moral como si no nos pasara factura?

«¿Queremos seguir viviendo en un mundo donde el sexo se oculta y la violencia se celebra?»

Quizás sea el momento de darle la vuelta al tablero. De permitirnos mostrar ternura, vulnerabilidad, deseo, sin vergüenza. De dejar de premiar lo sangriento y empezar a celebrar lo vivo. Porque, al final, el sexo no debería ser un escándalo. Lo escandaloso es que todavía lo sea.

¿Y tú? ¿De qué lado estás: del miedo o del amor?

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