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¿Qué esconde el diseño retro futurista de Fantastic Four First Steps? El Manhattan vintage que Marvel nunca se había atrevido a mostrar
Estamos en un presente que parece escrito por arquitectos soñadores de hace medio siglo, un Manhattan alternativo donde retro futurista no es una etiqueta de catálogo, sino un estado de ánimo. La primera vez que vi el diseño de producción de Fantastic Four First Steps, sentí que alguien había rescatado las esperanzas intactas de los años sesenta y las había colocado, sin arrugas ni manchas, en la pantalla. Esos mismos sesenta en los que la televisión aún prometía un mañana más brillante y los coches parecían más preocupados por seducir que por obedecer las normas de tráfico.
Origen: The Set Design from Fantastic Four’s Mid Century World | Moss and Fog
La película propone algo audaz en tiempos donde la mayoría de los héroes parecen fabricados en serie: nos devuelve a un universo que mezcla madera oscura, sofás curvos, robots parlanchines y coches voladores de alas finísimas, todo con la calma de quien sabe que el futuro estaba destinado a ser amable. Y es ahí donde entra Kasra Farahani, el diseñador de producción que ya había jugueteado con la estética en Loki y que ahora se atreve a dar forma a la Tierra-828 con un descaro digno de un arquitecto renacentista perdido en un pabellón de la Feria Mundial del 64.
“El futuro de ayer sigue siendo más atrevido que el de mañana”
La ciudad que nunca existió pero todos reconocemos
Lo fascinante es que este Manhattan retro futurista no necesita justificación. Es reconocible como Nueva York y al mismo tiempo completamente ajeno. Sus calles están llenas de coches azules que parecen haber salido de los sueños de un diseñador de Detroit con delirios de grandeza. Son automóviles que no se conforman con rodar: quieren flotar, cantar y seducir al espectador con curvas imposibles.
Los rascacielos se alzan como esculturas geométricas, más cercanos al trazo de Eero Saarinen que a la lógica de los ingenieros. Las azoteas se pueblan de jardines imposibles, mientras que en los cielos zumban helicópteros con estética de feria tecnológica. Todo parece una postal enviada desde un 1965 que nunca existió, pero que, curiosamente, sentimos más real que nuestro presente.
El hogar de los superhéroes que parecen vecinos
El reto de Farahani fue monumental: ¿cómo lograr que la torre de los Fantastic Four no se sintiera como una vitrina de museo, sino como un lugar donde alguien realmente desayuna, discute y deja olvidadas unas llaves? La respuesta fue sencilla y brillante: mezclar la sofisticación de los sesenta con materiales cálidos.
Así surge un penthouse que no impresiona por sus lujos, sino por su humanidad. Paneles de madera que absorben la frialdad del vidrio, plantas que trepan en rincones luminosos, y un pozo de conversación hundido en el suelo donde uno imagina tanto discusiones sobre salvar el mundo como peleas tontas por el mando de la televisión. El mobiliario parece sacado de un catálogo vintage, pero no de un anticuario: aquí nada está congelado, todo respira vida.
“Un sofá curvo puede contar más historias que una espada”
La cocina del futuro que huele a tostadas
Hay algo magnético en la cocina de los Richards. Brilla con el mismo entusiasmo que aquel pabellón de la Feria Mundial que prometía un futuro sin manchas ni platos que fregar. Ahí conviven artilugios absurdos y entrañables: un asador en forma de cúpula que parece sacado de una nave espacial, una bandeja de tartas que gira como un vinilo, y, sin embargo, el calor hogareño no desaparece. Se cocina, se ensucia y se come. El futuro, nos dice Farahani, nunca fue esterilidad, sino ingenio con olor a mantequilla derretida.
Laboratorios que parecen templos
El laboratorio de los Fantastic Four podría intimidar, pero aquí ocurre lo contrario. Sus estaciones curvas, sus colores intensos y su luz diáfana lo convierten en un espacio más cercano a un taller de artista que a un cubil de científicos locos. La ciencia se presenta como un acto creativo, casi poético, donde los instrumentos no están ocultos en cajones grises, sino expuestos como esculturas útiles.
Y al salir por la ventana, el espectáculo continúa: una flota de coches flotantes surcando un cielo despejado, con la ciudad latiendo debajo. El Nueva York alternativo se convierte en un parque de diversiones eterno, diseñado no para asustar, sino para asombrar.
El peso de un optimismo que hoy parece ingenuo
Lo curioso es que esta estética retro futurista no surge de la nada. Hace tiempo, el mundo creía en la promesa de un mañana radiante. La televisión enseñaba cocinas automáticas, el acero inoxidable era sinónimo de progreso, y hasta un simple teléfono con botones era motivo de esperanza. En Fantastic Four First Steps, esa promesa se recupera, no con ironía ni con nostalgia barata, sino con el descaro de quien aún cree que el mañana podía ser un lugar mejor.
El resultado es un diseño de producción que no solo embellece la película, sino que le da coherencia. Porque la historia de la familia fantástica siempre ha sido menos sobre golpes y rayos y más sobre el sueño de vivir juntos en un mundo por construir. Y este mundo, aunque inventado, late con la fuerza de lo posible.
“El futuro no se predice, se diseña”
Una ironía en tiempos de fórmulas repetidas
No es casual que esta propuesta llegue en una época donde la mayoría de los héroes cinematográficos parecen fabricados con el mismo molde. Entre explosiones idénticas y ciudades arrasadas, el gesto de detenerse a imaginar un Nueva York que nunca existió es casi subversivo. Nos recuerda que el cine puede ser también un ejercicio de diseño, una oportunidad para reencantar al espectador.
Farahani lo entiende y lo ejecuta: no se trata solo de decorados, sino de atmósferas, de cómo la arquitectura influye en los personajes, de cómo un ventanal curvo puede cambiar la forma en que se cuentan las historias.
Y ahora, la incógnita
La gran pregunta que me queda es si este tipo de estética puede sostenerse más allá del asombro inicial. ¿Será capaz Marvel de seguir apostando por mundos alternativos que escapan del molde, o este Manhattan de los sesenta futuristas quedará como una anécdota brillante en un océano de uniformidad? Quizá la respuesta esté, como siempre, en los espectadores: en si aún estamos dispuestos a dejarnos seducir por un coche azul que flota sobre Broadway, o preferimos la comodidad de las explosiones de siempre.
Al final, lo que este diseño nos recuerda es que imaginar no es un lujo, sino una necesidad. Porque tal vez la verdadera fantasía no está en los superpoderes, sino en tener la valentía de dibujar un futuro que aún no existe.