SPACE AGE y bohemio setentero reinventan el futuro desde el pasado

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¿Puede el SPACE AGE convivir con el alma bohemia de los 70? SPACE AGE y bohemio setentero reinventan el futuro desde el pasado

Estamos en pleno 2025 y el SPACE AGE no solo sigue vivo… resplandece. Brilla en cada rincón donde el diseño se atreve a mezclar lo imposible. ¿Una lámpara con forma de platillo volante junto a un sofá cubierto de crochet? Sí, lo he visto. Y no solo funciona: enamora. El futuro de hace décadas ha regresado con traje plateado, pero trae colgado del cuello un amuleto de ámbar que huele a incienso y libertad.

“Lo improbable se vuelve irresistible cuando se mezcla con descaro”

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Origen: Be Bold: What Is a Space Age Aesthetic | ADORNO DESIGN

SPACE AGE, el futuro que soñaba con neón

Hace tiempo, cuando el mundo miraba a la Luna como quien espía a su vecina desde la ventana, nació un estilo que no temía a la extravagancia. El SPACE AGE lo cambió todo. De pronto, los hogares se llenaron de curvas imposibles, colores chillones, muebles que flotaban en el aire —o al menos lo aparentaban— y materiales que parecían sacados de una base lunar.

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Todo era nuevo. Todo era audaz. Todo gritaba: «el futuro es ahora».

Los diseñadores no jugaban a imaginar, construían realidades paralelas. André Courrèges desafiaba las proporciones del cuerpo humano con minifaldas geométricas. Pierre Cardin proponía túnicas imposibles con cremalleras intergalácticas. Paco Rabanne, ese alquimista del vinilo y el metal, le daba forma a un mañana que parecía llegado de una película de Kubrick. Y ahí estaban, caminando por las calles como astronautas con botas blancas y gafas reflectantes.

Pero claro, el futuro cansa. O al menos, cuando se vuelve demasiado perfecto, aséptico, cromado, uno empieza a echar de menos el caos.

Bohemio setentero, el desorden que cura

Y entonces llegaron los 70 como un soplo de aire lleno de flores, incienso, guitarras acústicas y chalecos de cuero. El Space Age bajó la intensidad y entró por la puerta grande un estilo bohemio y despreocupado, que se deslizaba por los pasillos de la contracultura con la misma gracia con la que una blusa oversize cae sobre unos jeans desgastados.

Aquí no había líneas rectas. Solo curvas suaves, tejidos naturales, patrones que recordaban a sueños lúcidos, y la sensación constante de que cada objeto, cada prenda, tenía una historia detrás. Un cuento susurrado, tal vez. O una canción folk grabada en casete.

El bohemio setentero no quería conquistar el espacio. Quería reconectar con la tierra. Y lo hacía a su manera: bordados hechos a mano, estampados psicodélicos, tonos tierra que hablaban de caminatas descalzas y miradas profundas.

«Mientras uno miraba las estrellas, el otro cerraba los ojos para mirar dentro»

El milagro de lo imposible: cuando el Space Age se enamora del boho

Y ahora, como si el tiempo se hubiese doblado en un pliegue misterioso, ambos mundos vuelven a encontrarse. Y lo hacen sin estridencias, como dos viejos amantes que entienden que sus diferencias son, en realidad, la razón de su encanto.

Veo salones donde una Djinn Chair color neón convive con alfombras orientales y macramés colgantes. Cocinas que combinan lámparas de burbujas espaciales con vajillas de barro y plantas trepadoras. Ropas que mezclan telas brillantes con flecos suaves. Es un juego de equilibrios, de provocación constante. Un diálogo entre la vanguardia y la nostalgia.

No hay reglas. Y si las hay, se rompen. Porque ese es el verdadero arte: saber mezclar el acero con la flor, el PVC con el lino, el neón con el color ocre.

En algunos apartamentos de Berlín, he visto salones que parecen sets de ciencia ficción decorados por Janis Joplin. En ciertas tiendas de Milán, encuentro vestidos que podrían llevar tanto una musa cósmica como una hechicera del desierto.

Y lo mejor es que no es una moda pasajera. Es una resignificación profunda de lo que entendemos por estética, por identidad, por deseo.

Museos del mañana, armarios del pasado

No es casual que museos de diseño, desde Copenhague hasta Tokio, estén rescatando los muebles y las creaciones del Space Age. Lo mismo pasa con las pasarelas: vuelven los vinilos, los cortes geométricos, los brillos y hasta los cascos espaciales.

Pero también vuelven las flores bordadas, los pantalones acampanados, las blusas vaporosas y los colores tierra. Todo junto. Todo revuelto. Todo en paz.

Como se cuenta en esta magnífica crónica de Design Market, el diseño Space Age ha dejado de ser una fantasía de museo para convertirse en una realidad renovada. Lo mismo confirma Italian Design Club, donde se documenta el regreso con fuerza de esta estética atrevida, ahora impregnada de calidez bohemia.

Y si alguien duda de que esta mezcla tenga sentido, que eche un vistazo a las propuestas que Vogue y Elle dedican al boho setentero. Porque sí, la flor y el satélite pueden compartir cama.

“El futuro se diseña mirando por el retrovisor”

Una silla espacial, una alfombra persa y Bowie de fondo

Hay algo profundamente poético en este choque de épocas. Como si nos dijeran que el mañana no se construye solo con tecnología, sino con memorias, texturas, errores, humanidad. Porque lo perfecto es frío. Y lo humano… es cálido, contradictorio, impredecible.

En mi casa ideal hay una lámpara que parece una nave, un sofá cubierto de mantas de colores, una estantería con vinilos de Bowie y una cafetera cromada que parece salida de un OVNI. Y cada cosa tiene un porqué. Y cada porqué tiene una historia.

La moda, el diseño, el arte: todo está más vivo cuando se permite la contradicción. Cuando se admite que el futuro necesita raíces. Que el acero brilla más si se apoya sobre madera. Que el cuerpo quiere jugar, pero también descansar.

Y que, después de todo, no hay contradicción entre mirar a las estrellas y caminar descalzo por el campo.

¿Volverá la utopía con forma de minifalda y poncho?

Quizás lo que realmente buscamos no sea un futuro perfecto, sino uno en el que podamos reconocernos. Donde la ciencia ficción tenga alma, y la artesanía no le tema al plástico. Uno donde los sueños no sean ni nuevos ni viejos, sino eternos.

¿Y si ese futuro ya estuviera aquí? ¿Si estuviera en nuestras casas, en nuestras ropas, en nuestros discos, en nuestras memorias compartidas?

Quizás, como decía aquel viejo proverbio, “el futuro no se predice… se recuerda”.

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