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¿Es SHEBARA el hotel más futurista del mundo? El lujo retrofuturista ya flota sobre el Mar Rojo
Estamos en julio de 2025, frente a las aguas inmaculadas del Mar Rojo, donde las esferas del Shebara Resort no solo reflejan el cielo: lo absorben. 🌐☀️
Shebara no es una construcción, es una aparición. Una visión que parece sacada del delirio optimista de los años sesenta, cuando la humanidad aún creía que su futuro sería una sinfonía de acero inoxidable, formas esféricas y tecnologías que harían la vida más cómoda, más bella y —por qué no decirlo— más divertida. Pero también es algo más peligroso: un espejo. Uno que devuelve la imagen de lo que podríamos ser si dejáramos de hablar tanto de progreso y comenzáramos a construirlo, esfera a esfera, sobre el agua.
“La arquitectura del futuro no necesita justificar su belleza”
Cuando uno sobrevuela Sheybarah por primera vez, tiene la sensación de asistir a una escena eliminada de 2001: Una odisea del espacio. Las 73 burbujas plateadas del resort, flotando como medusas dormidas sobre el océano, parecen demasiado perfectas para ser reales. Y sin embargo, ahí están. No levitan. No hacen ruidos extraños. No emiten luz. Solo brillan. Y eso lo cambia todo.
Es como si la imaginación de un diseñador industrial del siglo pasado hubiese tomado venganza del minimalismo rancio que ha dominado la arquitectura hotelera de las últimas décadas. Aquí no hay rectas, no hay líneas duras, no hay bordes afilados. Todo es redondo, sensual, envolvente.
Una nostalgia que se convierte en metal pulido
Lo fascinante de Shebara es que se ancla en un pasado que nunca existió. Su estética retrofuturista, tan inspirada en las fantasías de The Jetsons como en los conceptos visionarios de Buckminster Fuller, no es accidental. Es una declaración de principios. Killa Design, el estudio que firmó esta locura armónica, ya había demostrado su capacidad para convertir lo imposible en visible con el Museo del Futuro de Dubái. Pero aquí, en este confín del mundo árabe, han ido aún más lejos.
Lo que proponen no es solo una experiencia de lujo. Es un guion visual. Una escenografía donde cada huésped interpreta el papel de pionero en una civilización avanzada que ha entendido, por fin, que la tecnología no está reñida con la naturalidad.
“Más que villas, son visiones ancladas en el agua”
Cada módulo flotante, ensamblado como piezas de Lego gigantes en tierra firme y luego transportado hasta su posición final, es un prodigio de ingeniería invisible. Nada molesta. Nada interfiere. Solo un brillo perpetuo que refleja cielo, arena, coral y sueños. La tecnología está, claro. Pero oculta. Porque el verdadero lujo es que todo funcione sin que uno lo note.
El lujo se vuelve etéreo… y autosuficiente
Durante mucho tiempo se pensó que el lujo debía ser exuberante. Brillante, sí, pero también derrochador. En Shebara, ese relato se ha desmontado con una facilidad pasmosa: cada burbuja funciona con energía solar, el agua potable se genera en la isla y los residuos se reciclan en tiempo real. Parece ciencia ficción, pero es ingeniería aplicada con sentido común.
¿La clave? No hay red eléctrica. Ni tuberías infinitas. Ni dependencia del continente. Todo es autosuficiente, cerrado, limpio. El lujo regenerativo aquí no es una promesa verde vacía. Es parte de la experiencia. Un visitante no solo duerme en una cápsula del futuro: también aprende cómo puede vivir sin destruir lo que le rodea.
“Lujo es dormir en el futuro sin remordimientos”
Y eso es algo que cambia la relación entre huésped y entorno. No estás solo de paso. Eres parte de un sistema que se cuida a sí mismo. Una especie de organismo sensible diseñado para el placer… y la preservación.
Shebara no es un hotel, es un manifiesto
Algunos lo llaman “laboratorio turístico”. Otros, “prototipo utópico”. Pero la palabra que más se repite entre los arquitectos, ingenieros y visionarios que han participado en este proyecto es: ensayo. Porque lo que está ocurriendo en esta isla perdida no es una culminación, sino un comienzo.
La apuesta saudí con el Proyecto del Mar Rojo no se limita a levantar hoteles. Es una reconstrucción del relato nacional. Ya no se trata solo de petróleo, sino de mostrar que el futuro —el de verdad— puede construirse desde la arena y el coral. Y que ese futuro puede atraer al mundo.
El huésped como protagonista de una novela de ciencia ficción
Lo más irónico, sin embargo, es que los verdaderos protagonistas de este delirio arquitectónico no son ni los diseñadores ni los planificadores. Son los huéspedes. Aquellos que, sin saberlo, están probando lo que será la hospitalidad dentro de diez, veinte o treinta años.
Imagina despertar con vista panorámica al arrecife, mientras un sistema automatizado ajusta la temperatura, calibra la luz y decide cuándo activar la producción de agua potable. Todo esto sin que tengas que mover un dedo. Lo más parecido a vivir dentro de una mente amable y arquitectónica que quiere que seas feliz… sin cargo de conciencia.
“La arquitectura del futuro no se toca, se habita sin fricción”
Un pasado imposible convertido en presente tangible
Y entonces llega el atardecer. Las esferas brillan como si el sol les hubiera revelado un secreto. En ese instante, uno entiende por qué esta arquitectura no puede clasificarse como contemporánea. Es más antigua que el presente, pero más avanzada que el mañana. Es un eco de un futuro que nunca ocurrió… hasta ahora.
Shebara no te vende una habitación. Te vende un recuerdo que aún no has vivido. Una postal mental de un mundo en el que el lujo no es exceso, sino equilibrio. Donde el diseño no es una extravagancia estética, sino una forma de conectar al ser humano con el universo, sin mediadores, sin ruido.
¿Y si el futuro no fuera tan frío como lo imaginamos?
Nos han dicho durante décadas que el futuro sería todo blanco, silencioso, minimalista hasta la asfixia. Pero Shebara contradice esa profecía. Aquí el futuro brilla. Tiene curvas. Se refleja en el mar. Se deja acariciar por el viento. Y, sobre todo, no te obliga a elegir entre belleza y responsabilidad.
La gran lección de Shebara es que la imaginación puede ser tan poderosa como la técnica. Y cuando ambas se dan la mano, hasta el desierto puede convertirse en una cuna para la utopía tangible.
El tiempo no existe en Shebara
En esta isla del Mar Rojo, el reloj se detiene. Porque nada envejece cuando ha sido diseñado desde la eternidad. Y eso, tal vez, sea lo más provocador de todo este experimento: no pretende impresionar. Solo existir. Ser. Reflejar. Y dejar que seas tú quien decida si este es el mundo en el que te gustaría despertar todos los días.
«Lo más futurista que puedes construir es un lugar donde todo tiene sentido»
¿Será Shebara el modelo definitivo de la nueva hospitalidad? ¿O es apenas un espejismo brillante en medio de un desierto de hoteles que aún no entienden que el verdadero lujo es vivir sin destruir?
El futuro, al parecer, no está por venir.
Ya llegó. Y flota.