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¿Quién robó el FUTURAMA de nuestras ciudades? El FUTURAMA que nunca llegó y el espejismo del progreso
FUTURAMA no es solo una palabra rara que suena a dibujos animados futuristas o a parque temático para nerds nostálgicos. Es, literalmente, el nombre del diorama gigante que General Motors presentó en la Feria Mundial de Nueva York de 1939, una visión especulativa que prometía cómo viviríamos en 1960. Autopistas relucientes, coches veloces, ciudades organizadas como relojes suizos… y ninguna pista de que esa fantasía seguía atrapada, como una mosca en ámbar, en nuestro presente. Cuando me encontré con la historia de FUTURAMA, fue como tropezar con un espejismo: descubrí que no estamos viviendo en un mundo natural, inevitable, nacido del progreso. Estamos habitando una maqueta.
Hace tiempo, mientras hojeaba imágenes polvorientas del archivo del Harry Ransom Center, me asaltó una sensación escalofriante: los diseñadores gigantes caminando entre rascacielos de juguete en el modelo del FUTURAMA se parecían sospechosamente a los urbanistas y magnates que definieron el rumbo de nuestras vidas sin preguntarnos nada. Ellos soñaban con autopistas y coches; nosotros, ochenta años después, despertamos en medio de atascos, suburbios fantasmas y cielos ahogados por el humo. Pero también descubrí algo más peligroso: si todo esto fue diseñado, también puede ser rediseñado.
“El mundo no es fijo, solo lleva tanto tiempo quieto que hemos olvidado que puede moverse.”
La Feria Mundial de 1939 no solo vendía lavadoras, radios y sueños plásticos. Vendía una narrativa. Y en esa narrativa, el coche era rey. Lo curioso es que cuando uno lee a Peter Norton en Fighting Traffic, descubre que la historia oficial —ese mito de que los americanos eligieron los coches porque los amaban— es una hermosa fábula de marketing. Las ciudades, en realidad, fueron arrancadas de las manos de los ciudadanos y entregadas a las ruedas motorizadas por una pequeña élite empresarial que sabía exactamente qué futuro quería construir… y quién iba a pagarlo.
Origen: A Grand Theft: Auto Industry Stole Our Streets And Our Future
Pero ¿y si te dijera que no siempre fue así?
Hubo una época en que las calles eran de la gente. Literalmente. Los niños jugaban, los vendedores cruzaban, los peatones se adueñaban del espacio. Hasta que llegaron las “máquinas asesinas”, como las llamaban en los periódicos de los años 20, esas bestias veloces que no tenían piedad. En los cuatro años posteriores a la Primera Guerra Mundial, murieron más estadounidenses atropellados que soldados en el frente. Sí, leíste bien. Pero también fue la época en que los fabricantes de automóviles aprendieron su juego más sucio: si querían vender coches, tenían que cambiar no solo las leyes, sino las mentes.
“La batalla no es por las señales ni los semáforos. Es por las mentes.”
Lo lograron con maestría. Inventaron el término “jaywalker” —un insulto, porque “jay” era sinónimo de palurdo— y lo convirtieron en delito. Montaron campañas escolares para adoctrinar niños, manipularon la prensa con relatos que culpaban a los peatones, y hasta usaron actores disfrazados de payasos para ridiculizar a quienes cruzaban la calle “mal”. En apenas unos años, las calles dejaron de ser de todos y pasaron a ser propiedad de los motores.
Aquí es donde Norman Bel Geddes entra como figura casi mitológica. Este diseñador que podía imaginarlo todo —desde cocinas hasta hidroaviones gigantes— recibió el encargo de Shell y General Motors de imaginar el futuro perfecto: autopistas flotantes, coches que no chocaban, ciudades convertidas en redes brillantes de eficiencia. Su maqueta FUTURAMA no solo fue un triunfo técnico (medio millón de edificios en miniatura, un millón de árboles hechos a mano, coches circulando por autopistas de juguete), sino una obra de teatro monumental que fascinó a millones. La gente hacía colas durante horas solo para sentarse en esos asientos giratorios y escuchar la voz del narrador que prometía un mañana de lujo y ocio.
“El ocio es para quienes han dominado la productividad.”
Pero también. Esa visión escondía algo mucho más oscuro. El propio narrador del FUTURAMA lo decía sin pudor: las nuevas autopistas atravesaban las “áreas indeseables”, eliminando barrios enteros y desplazando a las comunidades más pobres y racializadas. Las mismas autopistas que fascinaban a los visitantes de la Feria Mundial serían, años después, las que dividirían y asfixiarían los barrios urbanos, creando corredores de contaminación, “cáncer-alleys” y barrios sacrificados. Lo que comenzó como un sueño de miniatura se convirtió en la pesadilla cotidiana de millones.
“La nostalgia es un veneno disfrazado de refugio.”
Jane Jacobs lo escribió de forma brutal en The Death and Life of Great American Cities: los planes urbanos de su tiempo no habían avanzado ni un ápice desde 1939. Y yo, mirando las fotos de aquel diorama, no puedo evitar preguntarme: ¿por qué seguimos atrapados en un futuro que fue diseñado para 1960? ¿Por qué seguimos obedeciendo los sueños de unos pocos hombres trajeados que murieron hace décadas?
Si hoy hiciéramos un FUTURAMA, ¿qué mostraría? No más autopistas brillantes. No más coches relucientes. Mostraría corredores para animales, azoteas cubiertas de jardines, ciudades construidas para las personas y no para las máquinas. Mostraría plazas abiertas, viviendas orientadas al transporte público, calles peatonales, supermanzanas llenas de vida. Mostraría comunidades en las que nadie quede relegado a vivir al borde de una refinería o debajo de una autopista. Mostraría un mundo donde los recursos se cierren en ciclos, no se tiren a un agujero negro de desechos.
“No estamos condenados a obedecer los viejos sueños. Podemos escribir los nuestros.”
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
Hace poco escuché a Alex O’Keefe del Sunrise Movement decir que vivimos dentro de “la obra de ficción especulativa más grande del mundo”. Y es cierto. Todo esto —las ciudades, las carreteras, las casas, el sistema entero— fue imaginado primero antes de ser construido. La gran pregunta no es si podemos imaginar otro mundo, sino quién se atreve a hacerlo. Porque si dejamos que los de siempre escriban la historia, sabremos exactamente adónde nos lleva: más coches, más autopistas, más asfalto, más soledad.
Así que me pregunto. ¿Dónde está nuestro FUTURAMA? ¿Dónde está nuestra maqueta de sueños nuevos, capaz de enloquecer de emoción a quienes la miren? No es solo tarea de urbanistas ni de ingenieros. Es tarea de todos: escritores, soñadores, jardineros, vecinas, artistas, niños. No necesitamos una corrección tímida, ni una mejora incremental. Necesitamos un golpe de imaginación. Un renacimiento de posibilidades.
Así que te dejo con esto: ¿te atreves a imaginarlo? ¿Te atreves a soñar tan grande como para que los demás no puedan evitar querer vivir en ese mundo? ¿O seguirás dejando que los viejos dioramas dicten tu vida?